Salimos a la calle como quien sale a comerse la tarde a pipas.
Y acabamos ajustando cuentas…
…y contando y descontando momentos que ya no se repetirán y otros tantos que se mueren de ganas por ver la luz. La que habrá en Cádiz, por ejemplo, declarándole la guerra a la que desprenden tus ojos cada vez que imaginamos lo que sucederá en un futuro no muy lejano: un futuro que prometo seguir pintándotelo tal y como lo siento.
Con colores saturados de éxito y con la paleta de grises estrellándose contra un lienzo que, por supuesto, nunca será el tuyo.
Y volvimos a casa acordándonos de que iba a tener lugar un fenómeno que nos traía de todo menos de cabeza.
Mientras adivinábamos en qué iba a consistir el “Eclipse Lunar”…
…la Tierra se interpuso entre el Sol y la Luna.
Así.
Como quien no quiere la cosa.
Nosotras no vimos tal espectáculo debido a la gran claridad y al techo de nubes que había sobre nuestras cabezas. Pero aquellos que sí pudieron disfrutar de él cuentan que la Luna no llegó a desaparecer por completo porque los rayos del Sol, a través de las capas de la atmósfera, se encargaron de iluminar aunque fuera de manera difuminada la cara más bonita de la Luna.
Para que nunca deje de brillar.
Y porque no hay tierra capaz de hacerle sombra a las lunas llenas.
Que a pesar de todo… es lo que somos tú y yo.
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